Fragmento de "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar"

(...) "Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de de dar testimonios en momentos difíciles"

Rodolfo Walsh (Buenos Aires, 24 de marzo de 1977)

sábado, 26 de septiembre de 2009

A leer… ¿Qué pasa?



Leer, en su primera acepción (haciendo uso del diccionario que tengo a “mano”) significa “pasar la vista por lo escrito para conocer su contenido”. También indica “enseñar un profesor a sus oyentes alguna materia, interpretar un texto” y en el sentido figurativo del término, “percibir o adivinar lo que sucede en el interior de una persona”. ¡Vaya!... probablemente estemos leyendo durante horas, sin darnos cuenta; pero, en ese caso: ¿qué es lo que leemos?, ¿cómo leemos?, ¿qué o a “quienes” leemos?

Evidentemente, la lectura ocupa grandes espacios en nuestras vidas, si consideramos el sentido figurativo de la palabra “leer”. ¿Ocurre lo mismo si tomamos la primera acepción del término?

Recuerdo que mi abuelo Miguel tenía una biblioteca, con sus libros foliados y conservados, cada uno de ellos, en una envoltura azul oscuro. Durante mis primeros años, los usaba para “jugar” y dedicaba varias horas de mi niñez, contemplando los ejemplares, tratando de entender las manchas de tinta, buscando descubrir en ellos “algo” que, evidentemente, el mundo no me estaba enseñando. Ni siquiera en el colegio tenía demasiado contacto con libros, porque en la primaria (al menos, en la que me cobijó durante 7 años), no se fomentaba el hábito de la lectura. Mi “panorama” cambió, deliberadamente, cuando comencé el secundario, tiempo en el que sólo leía y leía…

Hace algunos meses, caminando por las inmediaciones de la terminal de ómnibus santafesina, descubrí en la calle, un mensaje que rezaba lo siguiente: “Felizes 15 años”. Pensé que el artífice de la obra de arte en el pavimento, habría sido un joven cuya edad oscilaría entre los 14 y 20 años. Al leer la dedicatoria, sospeché que algo estaba funcionando mal, y no me refería al hecho de que las personas cumplan años (claro está), ni siquiera al mal hábito de escribir sobre las calles…

¿Cómo se estará educando a los niños y jóvenes en el seno familiar y en las escuelas?, ¿se los alentará a adquirir el hábito de la lectura o a explorar un libro completo al menos una vez al año?... Charlando con mis amigas, suelo afirmarles (desde mi humilde y casi imperceptible “lugar”) que es un tanto inviable, que una persona pueda tener gran cantidad de errores ortográficos, si adquirió el hábito de la lectura. Del mismo modo, pienso que cuando uno lee, se van atesorando ideas, conceptos y términos, que ayudan a enriquecer el vocabulario y a expresar lo que uno desea expresar, del mejor modo. La lectura no sólo enseña lo que otros quisieron decir en algún momento, sino que también, invita a expresar qué es lo que opino (como lector), qué es lo que se moviliza en mí (a partir de la lectura), qué me preocupa, qué me interesa y la huella que me gustaría dejar en el alma ajena. Cuando se llega a esta última instancia, de reflexionar acerca de lo que se anhela dejar al descubierto, ya se ha abandonado el diálogo con los libros y sus autores, para ser UNO MISMO, autor e intérprete de sus propias obras, orales o escritas.

No es necesaria una editorial que permita publicar un libro con los pensamientos de cada persona; el “libro” no tiene que ser, necesariamente, tangible. En la interacción con los demás, y con uno mismo (en el caso de la reflexión), siempre existe la posibilidad de la autoría. Como bien expresa Ivonne Bordelois en una de sus obras: la autoría de la palabra.

Para finalizar, he decidido transcribir dos fragmentos de una de las obras de Ray Bradbury, dejando a otros criterios ajenos al mío, determinar si Fahrenheit 451 (con el contenido de una novela de ciencia ficción) se asemeja o no, a la Argentina de años pasados y actuales.

“A veces me deslizo a hurtadillas y escucho en el metro. O en las cafeterías. Y, ¿sabe qué?, la gente no habla de nada. Citan una serie de automóviles, de ropa o de piscinas, y dicen que es estupendo. Pero todos dicen lo mismo y nadie tiene una idea original. Y en los cafés, la mayoría de las veces funcionan las máquinas de chistes, siempre los mismos, o la pared musical encendida y todas las combinaciones coloreadas suben y bajan, pero sólo se trata de colores y de dibujo abstracto. Y en los museos… ¿Ha estado en ellos? Todo es abstracto. Es lo único que hay ahora”

“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O, mejor aún, no le des ninguno. Haz que olvide que existe una cosa llamada guerra. Si el gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, mejor es que sea todo eso que no que la gente se preocupe por ello. Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando las letras de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzale encima tantos `hechos´ que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse”

Bien podrían relacionarse estos fragmentos, a la función de los medios de comunicación masiva, pero ese… ya es OTRO TEMA.

Mientras tanto, pensemos: A leer… ¿qué nos pasa?

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