Fragmento de "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar"

(...) "Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de de dar testimonios en momentos difíciles"

Rodolfo Walsh (Buenos Aires, 24 de marzo de 1977)

sábado, 2 de mayo de 2009

No te dejes caer en la tentación

La mañana huele a rocío y la bruma rellena cada espacio vacío. Hoy necesito encontrar a esa persona. Allá afuera, en la ciudad, hay alguien que espera ser descubierto. Sé con certeza que cuando el tiempo nos reúna en un mismo espacio, una voz tendrá algo para decir y se convertirá en el eco de sentimientos encarcelados.
Entro al lugar, es un espacio reducido pero repleto de objetos. Por un lado, artefactos eléctricos y muebles usados; por el otro, libros e indumentaria, también usados. Camino lento recorriendo lo desconocido, hasta que encuentro una mirada. Luego de un saludo improvisado y de una presentación desprolija, pregunto si alguien estaría dispuesto a hablar conmigo. Recibo un sí como respuesta mientras que un escritorio y dos sillas aguardan indolentes mi inesperada presencia.
“Me llamo Hugo”, responde, al mismo tiempo que su mano se estrecha con la mía en un saludo formal. Le comento el motivo de mi visita, explicándole que necesito un testimonio para reforzar los argumentos de mi trabajo. Sus ojos sonríen sorprendidos por mi interés, pero la tristeza que en ellos se refleja es insoslayable. Su rostro surcado, a pesar de la juventud, y sus manos ásperas, delatan un pasado.
Hugo no opone resistencia a mis preguntas y no deja de sorprenderme su manera de expresarse. Muy natural, espontáneo y catedrático, tan golpeado por la vida pero tan entero. Lo veo y creo. Lo escucho y creo.
Por momentos mis ojos se distraen, mi mirada se posa en cada recoveco, en las paredes. Abundan cuadros e inscripciones relacionadas con Dios, “Tus hechos hablan tan fuerte que no puedo escuchar lo que dices”, reza un cartel y el rostro de Jesús se asoma desde otra lámina. A mi costado, una multitud de calzados, seguramente también para ser vendidos; como casi todo lo que habita aquí dentro, menos la dignidad… que hasta puedo sentirla invadiendo mis pulmones.
Le pregunto, con un dejo de temor, a qué edad comenzó a consumir y cuánto tiempo estuvo sin pedir ayuda. Él me responde: “Empecé a los catorce, creo, y me drogué durante quince años, hasta que tuve que pedir ayuda”; “tengo treinta y cuatro y hace ocho años que trabajo en esta organización ayudando a los que tienen problemas de alcoholismo o con las drogas”. “En todos estos años he visto morir a más personas por el alcohol, que por las drogas, que hasta ahora tienen un freno”; “¿del Gobierno?, ¡no!, nunca vino nadie, al cincuenta por ciento no les calienta y el otro cincuenta por ciento no tiene ni idea de cómo ayudar a un drogadicto”.
Mientras el rostro de Jesús permanecía impertérrito en su sitio, dos muchachos se esmeraban en concretar ventas y desplegaban todo su arte discursiva y gestual.
La mañana ha llegado a su final. Ya es hora de retirarme. Obtuve lo que deseaba y mucho más. Hugo también obtuvo lo suyo, él pudo hablar.
Recojo mis hojas, la lapicera, unos folletos explicativos, mientras escucho estas últimas palabras: “Si en el tiempo que yo me drogaba hubiese sido legal drogarse yo me hubiera muerto”. Entonces, saco nuevamente mis hojas, mi lapicera; la ansiedad por congelar esas palabras me desespera, esas palabras son las que yo quiero anotar. Anoto y pienso: “todo lo que quería expresar en mi trabajo está acá, en las palabras de Hugo”.
Guardo por segunda vez mis cosas y agradezco la buena predisposición. Inesperadamente recibo una invitación y un ofrecimiento: “Vení cuando quieras y llamame si querés que demos una charla para difundir lo que hacemos”. Lo saludo con un beso. Las distancias se acortaron.
Me retiro del lugar con alegría. Obtuve un argumento más para mi trabajo, pero las palabras de Hugo trascendieron todo tipo de expectativas y se convirtieron en un eco que todavía resuena en mi mente.
Cae la noche; las estrellas se encienden en lo alto y es hora de descansar. El silencio aturde. Mañana tendré otra tarea, seguramente muchas más.
Mientras tanto, allá afuera (en la ciudad) alguien espera ser descubierto; una vez más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Facebook (and Face a book too)

ETCÉTERA... (por Lucía Roa)'s Fan Box